«Falta de ambición». Esta es una frase
que no te gustaría ver en tu evaluación laboral. En lo que respecta al trabajo,
los empleados que no tienen ambiciones raras veces ascienden a la cima de una
organización. Nada se consigue si no existe un imperioso deseo de lograr algo.
No obstante, la ambición tiene un lado oscuro. A menudo, se refiere más a
elevar el yo que a llevar a cabo alguna tarea noble para beneficio de los
demás.
Así sucedió con muchos de los reyes de
Israel, incluso con el primero. Saúl empezó con humildad, pero gradualmente fue
considerando que su posición era algo que le pertenecía. Se olvidó de que Dios
le había encomendado que liderara a Su pueblo escogido para que este les
mostrara a otras naciones cómo llegar a Él. Cuando el Señor lo relevó de sus
funciones, lo único que le preocupaba a Saúl era su propia persona (1 Samuel
15:30).
En un mundo donde la ambición suele
impulsar a las personas a hacer lo que sea necesario para ascender a posiciones
de poder sobre los demás, Dios llama a Su pueblo a vivir de una manera nueva y
diferente. No debemos hacer nada motivados por una ambición egoísta (Filipenses
2:3), y tenemos que dejar de lado el peso del pecado que nos atrapa (Hebreos
12:1).
Si deseas ser alguien que realmente
«asciende», haz que tu ambición sea amar y servir a Dios con humildad, con todo
tu corazón, alma, mente y fuerzas (Marcos 12:30).
Si nuestra mirada no está enfocada en Dios, la ambición es corta de vista. (RBC)