Kim Peek fue un prodigio, conocido por
su extraordinaria capacidad de recordar, que memorizó todas las obras de
Shakespeare. Durante la representación de Noche de reyes, Peek notó que el
actor había omitido una palabra de uno de los versos. Entonces, repentinamente,
se puso de pie y exclamó: «¡Un momento!». El actor se disculpó y dijo que había
pensado que a nadie le importaría. Peek respondió: «A Shakespeare sí».
Las palabras son importantes. En
especial, cuando son las propias palabras de Dios. Moisés le advirtió a Israel:
«No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que
guardéis los mandamientos del Señor vuestro Dios que yo os ordeno»
(Deuteronomio 4:2). A menudo, les recordaba a los israelitas la misericordia y
la fidelidad de Dios hacia ellos en el pasado. Pero también enfatizaba la
importancia de obedecer los mandamientos del Señor mientras se preparaban para
entrar en la tierra prometida. Les dijo que la obediencia daría como resultado
bendiciones en la vida y una herencia abundante (vv. 39-40). A Dios le
importaba cada mandamiento y cada regla. La importancia que su pueblo daba a la
Palabra de Dios demostraba cuánto lo valoraban.
En la actualidad, cuando valoramos la
Palabra de Dios, la manejamos con cuidado y obedecemos lo que dice, estamos
ofreciéndole al Señor la reverencia que ciertamente merece.
La Palabra de Dios no necesita ni agregados ni recortes. (RBC)