Mi amiga Jane dijo algo en una reunión
de trabajo, y nadie contestó. Entonces, lo repitió, y tampoco obtuvo respuesta;
sus compañeros simplemente la ignoraron. Se dio cuenta de que su opinión no
importaba mucho. Se sintió desvalorizada e invisible. Tal vez tú también
conozcas ese sentimiento.
El pueblo de Dios se sintió así como
nación (Isaías 40). ¡Solo que los israelitas creían que era Dios quien no los
veía ni entendía cuánto luchaban diariamente para sobrevivir! El reino del sur
había sido llevado cautivo a Babilonia, y la nación exiliada se quejó: «… Mi
camino está escondido del Señor, y de mi Dios pasó mi juicio» (v. 27).
Cuando te sientas invisible o
desvalorizado, recuerda que Dios te ve y se interesa por ti. Espera en Él, y te
dará nuevas fuerzas.
Aunque no percibamos la presencia de Dios, su cuidado amoroso siempre nos rodea. (RBC)