Mont
Saint-Michel es una isla sometida a las mareas y ubicada a unos 800 metros de
la costa de Normandía, en Francia. Durante siglos, ha albergado una abadía y un
monasterio; una atracción para los peregrinos religiosos. Hasta que se
construyó una calzada de acceso, se caracterizó por el peligro que significaba
llegar hasta allí, lo que produjo la muerte de algunos visitantes. Durante la
marea baja, está rodeada de bancos de arena, los cuales se cubren de agua en pleamar.
Llegar a la isla daba mucho miedo.
Para
los judíos de la época del Antiguo Testamento, acceder a Dios también causaba
temor. Cuando el Señor bramó desde el monte Sinaí, el pueblo tuvo miedo de
acercase a Él (Éxodo 19:10-16). Y, cuando se abrió la posibilidad de llegar al
Señor mediante el sumo sacerdote, había que cumplir instrucciones específicas
(Levítico 16:1-34). Si se tocaba accidentalmente el arca del pacto, que
representaba la presencia santa de Dios, el resultado sería la muerte (ver 2 Samuel
6:7-8).
Pero
ahora, por la muerte y la resurrección de Jesús, podemos acercarnos a Dios sin
temor. La condena que Él estableció por el pecado fue satisfecha, y se nos
invita a entrar en su presencia: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de
la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro»
(Hebreos 4:16).
Gracias
a Jesucristo, podemos allegarnos a Dios mediante la oración en cualquier
momento y lugar.
Mediante la oración, accedemos al instante a Dios. (RBC)