En uno de sus viajes, Cristóbal Colón
descubrió que los alimentos para la tripulación casi se habían terminado.
Anclado frente a las costas de Jamaica, estaba agradecido de que los isleños le
dieran comida. Pero, con el tiempo, esos regalos fueron disminuyendo y los
marineros empezaron a morirse de hambre.
Por un libro de astronomía, Colón sabía que,
en breve, habría un eclipse lunar. Entonces, reunió a los jefes nativos y les
dijo que Dios estaba enojado porque ellos eran egoístas, y que escondería la
luna. Al principio, los isleños se burlaron, pero, al ver que el disco plateado
lentamente comenzaba a oscurecerse, se aterrorizaron y llevaron comida de
inmediato. Colón les dijo que si oraban, la luna volvería. Aunque podamos
comprender la situación, el «mensaje de Dios» que dio el navegante fue
deshonesto y para beneficio personal.
Consciente de la existencia de charlatanes
religiosos, que falsificaban la Palabra de Dios para satisfacer sus deseos, el
apóstol Pablo escribió: «… no somos como muchos, que medran falsificando la
palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de
Dios, hablamos en Cristo» (2 Corintios 2:17).
Debemos cuidarnos en todo momento de no
distorsionar el mensaje del Señor, para obtener lo que queremos de los demás.
Con un corazón entregado a Dios, debemos comunicar con honestidad las verdades
espirituales que beneficien a los oyentes.
Compartir la verdad
de Dios es en beneficio de los demás, no para nuestra prosperidad. (RBC)