Carlos había frenado en una esquina, cuando
un automóvil que venía detrás lo embistió y lo empujó contra el coche que
estaba adelante. Un crujido escalofriante indicaba que otros vehículos habían
colisionado detrás de él.
Mientras se quedó sentado en silencio por
unos instantes, observó que el auto que estaba justo detrás de él arrancaba y
se mezclaba en el tránsito que pasaba. Con la evidente esperanza de evitar
encontrarse con la policía, el conductor que huía no se dio cuenta de que se le
había caído algo. Cuando llegó la policía, un oficial levantó del suelo la
matrícula del vehículo que había escapado, y le dijo a Carlos: «Alguien lo va a
estar esperando cuando llegue a su casa. No se va a escapar de lo que hizo».
Las Escrituras nos dicen: «… sabed que
vuestro pecado os alcanzará» (Números 32:23), como lo descubrió este hombre que
había huido. A veces podemos esconder nuestro pecado de la gente que nos rodea,
pero nunca nada «escapa a la vista de Dios» (Hebreos 4:13 NVI). Él ve cada uno
de nuestros errores, pensamientos y motivaciones (1 Samuel 16:7; Lucas 12:2-3).
A los creyentes se les promete algo
maravilloso: «Si confesamos nuestros pecados, él [Dios] es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Así que,
no permitas que los pecados que no has confesado, o que están «escondidos», se
interpongan entre tú y Dios (vv 6-7).
La falta podría
esconderse de los demás, pero nunca de Dios. (RBC)