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Parpadeé un poco hasta abrir los ojos, pero
la habitación todavía estaba oscura. Era demasiado temprano para levantarse.
Suspiré, acomodé la almohada y esperé volver a dormirme. Lamentablemente, una
lista de cosas por hacer me bombardeaba el cerebro. Tenía que comprar
alimentos, llevarle la comida a una amiga, contestar un correo electrónico,
pedir una cita para ir al médico…
Si alguna vez estuviste abrumado y
preocupado, sabes lo que significa mirar fijamente el techo cuando uno debería
estar durmiendo. El escritor del Salmo 119 conocía bien esta situación.
Escribió: «Me anticipé al alba, y clamé; esperé en tu palabra» (v. 147).
La Palabra de Dios consolaba de manera
especial al salmista durante las noches de preocupación y desvelo. Aunque no
podía hacer desaparecer sus problemas, declaró: «Se anticiparon mis ojos a las
vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos» (v. 148). Durante la noche,
repasaba en su mente la Palabra de Dios una y otra vez. Se concentraba en las
Escrituras en vez de hacerlo en sus preocupaciones. Esa práctica le permitió
proclamar: «¡Oh, cuánto amo yo tu ley!» (v. 97).
Cuando las preocupaciones te despierten,
recuerda esto: «… la palabra de Dios es viva y eficaz…» (Hebreos 4:12).
Selecciona un pasaje y medita en él. ¡Nuestros desvelos no pueden competir con
la Palabra de Dios!
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Solo Dios puede
aquietar nuestro corazón y tranquilizar nuestra mente. (RBC)
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