Los casamientos siempre han sido una ocasión
para las extravagancias. Las bodas modernas se han convertido en una
oportunidad para que las muchachas vivan la fantasía de ser «princesa por un
día». Un vestido elegante, un peinado elaborado, invitados con ropa de fiesta,
ramos de flores, abundancia de comida y grandes festejos con amigos y
familiares contribuyen a la atmósfera de un cuento de hadas. Muchos padres
empiezan a ahorrar mucho antes para poder afrontar el elevado costo de
convertir en realidad el sueño de su hija. Una boda real aumenta las
extravagancias hasta un nivel que nosotros, «la gente común», raras veces
vemos. No obstante, en 2011, muchos pudimos echar un vistazo a uno de ellos
cuando el casamiento del príncipe Guillermo
y Kate Middleton se transmitió por televisión desde Inglaterra a todo el
mundo.
Otra boda real está en etapa de preparación y
será más elaborada que cualquier otra. Sin embargo, en esta, la persona más
importante será el esposo, Cristo mismo; y nosotros, la Iglesia, seremos Su
esposa. La revelación de Juan dice que ella se preparará (19:7) y que nuestro
vestido de bodas serán nuestras acciones justas (v. 8).
Aunque los matrimonios terrenales duran solo
una vida, las novias se esfuerzan para que su vestido sea perfecto. ¡Cuánto
más, como la esposa de Cristo, deberíamos prepararnos para un matrimonio que se
extenderá por la eternidad!
Las buenas obras no nos convierten en creyentes, pero un
creyente hace buenas obras. (RBC)