La primavera es la época del año en que Dios
nos muestra que las cosas no siempre son como parecen. En pocas semanas, lo que
aparenta estar inevitablemente muerto recobra vida. Bosques sombríos se
transforman en paisajes coloridos. Árboles cuyas ramas desnudas se elevaban
hacia el cielo durante todo el invierno, como si rogaran ser vestidas, de
pronto se adornan con verdes mantos de encaje. Las flores que se marchitaron y
cayeron rendidas ante el frío se levantan lentamente del suelo, desafiando la
muerte.
Las Escrituras nos hablan de algunas
situaciones aparentemente irremediables. Un ejemplo es Job, un hombre rico al
cual Dios describió como íntegro (Job 2:3). Una catástrofe lo alcanzó y perdió
todo lo que valoraba. En su angustia, declaró: «mis días […] fenecieron sin
esperanza» (7:6). Lo que a Job y sus amigos les parecía una muestra de que Dios
se había vuelto contra él era exactamente lo opuesto. El Señor confiaba tanto
en la integridad de Job que sabía que triunfaría en su batalla contra Satanás.
Más tarde, resurgieron la esperanza y la vida de este hombre.
La fiel llegada de la primavera me consuela
cuando atravieso alguna situación desesperante. Con Dios, no es así. No importa
cuán deprimente pueda parecer el paisaje de la vida, el Señor puede
transformarlo en un glorioso jardín lleno de colores y fragancias.
Con Dios, hay
esperanza aun en las situaciones más desesperantes. (RBC)