Una facultad de medicina, en Nueva York,
ofrece una oportunidad singular a los alumnos que se especializan en geriatría:
durante diez días, residen en un hogar de ancianos y experimentan cómo es la
vida allí. Aprenden lo difícil que es maniobrar una silla de ruedas, ser
levantado de la cama con un elevador y tomarse de la barra de la ducha estando
sentado. Uno de ellos aprendió lo importantes que son algunas cosas simples,
como colocar los nombres de los pacientes a menor altura en las puertas, para
que encuentren sus habitaciones con más facilidad, o poner el control remoto
del televisor en un lugar accesible.
Aunque los estudiantes no alcanzan a
identificarse por completo con la situación, estarán mejor capacitados para
servir a los ancianos en el futuro.
A veces, Dios nos da la oportunidad de
utilizar las lecciones que aprendimos y el consuelo que Él nos concedió en
momentos difíciles, para ayudar a otros de manera especial. Pablo lo señaló cuando
dijo: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas
nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que
están en cualquier tribulación…» (2 Corintios 1:3-4).
¿Estás utilizando para beneficio de la vida
de otros las lecciones que aprendiste durante tus pruebas? Recuerda: aun las
cosas pequeñas pueden significar mucho.
Dios no nos consuela
para que nos sintamos confortables, sino para convertirnos en consoladores.
(RBC)