En cambio, los adultos presentaron una línea
de cuestionamientos completamente diferente: «¿Por qué les pasan cosas malas a
las personas buenas?, ¿cómo sé que estás escuchando mis oraciones?, ¿por qué
hay un solo camino al cielo?, ¿cómo pudo un Dios amoroso permitir que me
sucediera esta tragedia?».
En su mayoría, los niños viven sin las
preocupaciones ni las tristezas que agobian a los adultos. Su fe les permite
confiar en Dios más fácilmente. Mientras los adultos solemos perdernos entre
las pruebas y las angustias, los niños mantienen la perspectiva del salmista
sobre la vida: eterna y consciente de la grandeza de Dios (Salmo 8:1-2).
Podemos confiar en el Señor, y Él anhela que
lo hagamos como los niños (Mateo 18:3).
Andar cerca de Dios
aparta tu mirada de las pruebas de hoy para que veas los triunfos eternos.
(RBC)