Aunque nos encanta un ocasional abrazo
grupal, no siempre es fácil mantener esa sensación de unidad. Después de todo,
cada miembro de la familia es único. Tenemos diferentes necesidades,
capacidades y puntos de vista; muy parecido a lo que sucede en la familia de
Dios (Efesios 4:11-12).
A pesar de las inevitables diferencias con
otros creyentes, Pablo nos llama a «guardar la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz» (v. 3). La armonía con los demás hijos de Dios es importante
porque refleja la unidad entre Jesús y su Padre celestial. Esta fue su oración
por los creyentes: «para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en
ti…» (Juan 17:21).
Cuando surgen problemas en la familia de
Dios, la Biblia dice que debemos responder «con toda humildad y mansedumbre,
[soportándonos] con paciencia los unos a los otros en amor» (Efesios 4:2). Así
se experimenta la unidad familiar con personas que comparten los fundamentos de
nuestra fe.
Nuestros corazones
están unidos por el amor de Dios. (RBC)