A mi abuelo le encantaba contar
historias, y a mí, escucharlas. Tenía de dos clases: las «fábulas», con un dejo
de verdad, pero que cambiaban cada vez que las contaba; y las «aventuras», las
cuales habían sucedido realmente y donde los hechos nunca se modificaban al
volver a relatarlas. Un día, me contó una historia que parecía demasiado
disparatada para ser cierta. Yo dije: «Es una fábula», pero él insistía en que
no. Aunque lo que narraba nunca cambiaba, yo simplemente no podía creerlo, ya
que era muy extraño.
Entonces, un día, mientras escuchaba un
programa de radio, el locutor relató una historia que confirmó la verdad de lo
que contaba mi abuelo. De pronto, la «fábula» se convirtió en una «aventura».
El recuerdo de aquellos momentos se tornó en una experiencia conmovedora que
hizo que mi abuelo fuera aun más confiable para mí.
Cuando el salmista escribió sobre la
naturaleza inmutable de Dios (102:27), nos ofreció el mismo consuelo: la
confiabilidad de Dios. El concepto se repite en Hebreos 13:8, con estas
palabras: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Esto puede
elevar nuestro corazón por encima de las pruebas cotidianas, al recordarnos que
un Dios inmutable y digno de confianza gobierna incluso el caos de un mundo
cambiante.