Durante casi un año, un ex colega editorial
vivió con miedo de ser despedido. Por razones desconocidas, un nuevo jefe de
departamento empezó a incluir comentarios negativos en su informe laboral.
Entonces, el día en que mi amigo esperaba quedarse sin trabajo, al que
despidieron fue al jefe.
Cuando los israelitas estaban cautivos en
Babilonia, un judío llamado Mardoqueo vivió una situación similar. Amán, el
funcionario más destacado del rey Artajerjes, esperaba que todos los oficiales
de la corte se arrodillaran y lo honraran, pero Mardoqueo se negaba a
inclinarse delante de nadie, excepto ante Dios (Ester 3:1-2). Esto lo indignó y
decidió destruir no sólo a Mardoqueo, sino también a todos los judíos dentro
del Imperio Persa (vv. 5-6). Convenció al rey para que firmara un decreto que
autorizaba exterminarlos y empezó a construir una horca para ejecutar a
Mardoqueo (5:14). Sin embargo, en un giro inesperado de los acontecimientos, él
mismo fue ejecutado en la horca que había hecho para Mardoqueo, y se le perdonó
la vida al pueblo judío (7:9-10; 8).
En literatura, esto se llama justicia
poética. No todos experimentan la justicia de una forma tan dramática, pero las
Escrituras prometen que, un día, Dios se vengará de todas las injusticias
(Romanos 12:19). Mientras esperamos, debemos hacer todo lo posible para obrar
rectamente y dejar los resultados en las manos del Señor.
La balanza de la justicia divina siempre se equilibra. Si
no es ahora, será después. (RBC)