Un programa
de televisión que me gusta ver tiene un segmento llamado «cambio radical». Se
eligen dos mujeres para acicalarlas durante tres horas y renovarles el peinado,
el maquillaje y la vestimenta. La transformación suele ser asombrosa. Cuando la
mujer aparece de detrás de una cortina, la audiencia da un grito sofocado y
queda boquiabierta. A veces, los amigos y los familiares empiezan a llorar.
Después de todo eso, la mujer con la nueva apariencia finalmente puede verse a
sí misma. Algunas quedan tan estupefactas que siguen mirándose al espejo como
si buscaran probar que son ellas realmente.
Después,
cuando esas mujeres caminan por el escenario para reunirse con sus compañeras,
el antiguo yo se pone en evidencia. La mayoría no sabe cómo caminar con zapatos
nuevos. Aunque lucen elegantes, su andar tosco las descubre. La transformación
es incompleta.
Lo mismo
sucede con nuestra vida cristiana. Dios obra en nosotros para darnos un nuevo
comienzo, pero andar en Sus caminos (Deuteronomio 11:22) requiere tiempo,
esfuerzo y mucha práctica. Si simplemente nos quedamos de pie y sonreímos,
podemos parecer transformados, pero nuestra manera de andar revela hasta qué
punto el cambio es real. Ser cambiados significa abandonar nuestra antigua
manera de vivir y aprender a andar por un camino nuevo (Romanos 6:4).
El cambio de conducta empieza con la transformación del
corazón. (RBC)