Después de regresar de la luna, a Neil
Armstrong solían asediarlo los medios de comunicación. Procurando mayor
privacidad, se mudó con su familia a una pequeña ciudad. Sin embargo, la
notoriedad fue una molestia aun allí. Su peluquero descubrió que la gente
pagaría buen dinero por un mechón de cabello de su cliente. Entonces, después
de cortarle varias veces el pelo al héroe del espacio, ¡le vendió los mechones
a un comprador por 3.000 dólares! Armstrong quedó abrumado ante la deslealtad
del peluquero.
Las Escrituras relatan otra historia de
deslealtad y de corte de cabello. Como símbolo de que Dios había llamado a
Sansón para ser nazareo, no debía cortarse nunca el cabello (Jueces 13:5).
Cuando el Espíritu de Dios vino sobre él, obtuvo una fuerza sobrenatural para
vencer a sus enemigos (15:14). Los filisteos quisieron dominarlo; entonces,
contrataron a Dalila, una mujer relacionada con Sansón, para que averiguara el
secreto de su fuerza. De manera insensata, él le contó que perdería su poder si
le cortaban el cabello. Ella lo arrulló para que se durmiera e hizo que lo
raparan (16:5,19).
La codicia puede inducirnos a ser desleales a
los demás y a Dios, y a tomar decisiones pecaminosas. Deberíamos desear exhibir
un corazón plenamente consagrado a amar a Dios y a la gente. El Señor muestra
«su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él» (2 Crónicas
16:9).
La lealtad es la
prueba del amor verdadero. (RBC)