Una vez, un hombre me preguntó: «¿Cuál es tu
mayor problema?». Le contesté: «A mi mayor problema lo veo todos los días en el
espejo». Me refiero a esos deseos de «primero yo» que merodean en mi corazón.
En Santiago 4:1, leemos: «¿De dónde vienen
las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las
cuales combaten en vuestros miembros?». La palabra «pasiones» se refiere a
nuestros deseos egoístas. Por esta razón, en Santiago 1:14 se nos dice: «… cada
uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido». El
escritor advierte que esos deseos de «primero yo» destruirán nuestra amistad
con Dios (4:4), y causarán divisiones, guerras y peleas (vv. 1-2).
Por esta razón, se nos ordena que nos
despojemos de esta idea de «primero yo». ¿Cómo lo hacemos? En primer lugar,
sometiéndonos a Dios (4:7). Debemos corregir nuestras prioridades: Dios es Dios
y siempre debe ocupar el primer lugar. En segundo lugar, acercándonos a Él (v.
8). Ocúpate de esos deseos que te llevan a pecar y recurre a Dios para que te
limpie. No juegues a dos bandas, deseando lo malo y lo bueno al mismo tiempo,
sino busca agradar solo al Señor. Tercero, humillándonos delante del Señor (v.
10). Entonces, Él nos exaltará.
Recuerda, vivir según la filosofía de
«primero yo» no es la clave del éxito. Pon a Dios en primer lugar.
Cuando te olvidas de
ti mismo, empiezas a hacer algo que otros recordarán. (RBC)