En su libro Food in Medieval Times [Comidas
en la Edad Media], Melitta Adamson escribe sobre los deleites culinarios en la
Europa de aquella época. Carne de animales salvajes, pasteles, budines y otras
comidas exóticas ilustran el placer creativo de preparar alimentos. Pero con
todos estos manjares maravillosos hay un problema: comer en exceso. Esta
tendencia se agravaba con el calendario cristiano, colmado de ayunos y de
fiestas. En general, la glotonería seguía a la abstinencia alimentaria.
Para tratar este problema, el teólogo Tomás
de Aquino destacó la cualidad del carácter cristiano de la templanza, a la que
denominaba «una virtud especial». Consideraba que el dominio propio debía
extenderse a todas las áreas de la vida.
Para el creyente, la templanza o moderación
no procede de una profunda fuerza de voluntad humana, sino del Espíritu Santo
que nos la da: «El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza…» (Gálatas 5:22-23). El dominio
propio es esa característica generada por el Espíritu, que nos capacita para
tener «mucha disciplina» (1 Corintios 9:25 NVI).
El exceso de indulgencia en la comida, el
descanso, el trabajo, la recreación, el servicio y una variedad de «cosas
buenas» sólo puede corregirse con el equilibrio de la templanza. Dedica unos
minutos para pedirle a Dios que produzca en ti esta virtud especial.
Para tener dominio
propio, deja que te domine Dios. (RBC)