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El mayor amor que recibimos es el amor de
Dios. Él nos amó tanto que dio a su Hijo para que viviera, muriera y resucitara
para redimirnos (1 Juan 4:9). Recibimos su amor cuando aceptamos a Jesús como
nuestro Salvador y Señor: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen
en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12).
Después de haber experimentado el amor de
Dios, podemos aprender a dar amor: «Amados, amémonos unos a otros; porque el
amor es de Dios» (1 Juan 4:7).
El amor de Dios permite que amemos a nuestros
hermanos en Cristo. Enseñamos, exhortamos y reprendemos. Lloramos y nos
regocijamos. El amor que damos es tierno, firme y sustentador. Jesús incluso
nos enseña a amar a nuestros enemigos: «… haced bien a los que os aborrecen, y
orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5:44). En ciertas
situaciones, amar a los demás puede ser un desafío, pero es posible debido al
amor que Dios nos ha dado primeramente a nosotros.
Un buen plan para hoy es: Recibe amor. Da amor. Repítelo.
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Recibir amor. Dar amor. Repetir.
(RBC)
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