Esto me recuerda cómo vivimos tensionados
entre cosas que nos salvan y otras que nos matan. El fuego cocina nuestros
alimentos y nos mantiene abrigados, pero también puede consumirnos. El agua nos
hidrata el cuerpo y enfría nuestro planeta, pero asimismo puede ahogarnos.
Ambos extremos referentes a estos elementos amenazan nuestra vida.
Este mismo principio obra en la esfera
espiritual. Para desarrollarse, las civilizaciones necesitan las cualidades
aparentemente opuestas de la misericordia y la justicia (Zacarías 7:9). Jesús
reprendió a los fariseos por ser legalistas, pero también por descuidar «los
preceptos de más peso de la ley» (Mateo 23:23 lbla).
Podemos inclinarnos hacia la justicia o hacia
la misericordia, pero Jesús las mantiene en un equilibro perfecto (Isaías 16:5;
42:1-4). Su muerte satisface la necesidad de Dios de justicia y nuestra
necesidad de misericordia.
La justicia y la
misericordia de Dios confluyeron en la cruz. (RBC)