Asimismo, cuando todo funciona bien en
nuestra vida, es fácil sentirnos orgullosos. Nos vemos tentados a pensar que
somos buenos y que hemos triunfado debido a nuestras habilidades. En esos
momentos, tendemos a olvidar que detrás de todo está nuestro buen Dios que
promueve, previene, provee y protege.
David recordaba esa verdad: «Y entró el rey
David y estuvo delante del Señor, y dijo: Señor Dios, ¿quién soy yo, y cuál es
mi casa, para que me hayas traído hasta este lugar?» (1 Crónicas 17:16).
El corazón de David desbordaba de aprecio por la bondad de Dios.
La próxima vez que seamos tentados a
atribuirnos el mérito por las bendiciones que disfrutamos, hagamos una pausa y
recordemos que es el Señor el que nos bendice.
La
mano de Dios está detrás de todo lo bueno. (RBC)