Al poco tiempo, se dio cuenta de que se le
había concedido su deseo. El retrato, que reflejaba su alma turbada, envejecía
y se tornaba cada vez más espantoso con los pecados que Dorian cometía,
mientras que él seguía siendo joven. Su apariencia exterior no coincidía con su
corrupto corazón.
Jesús reprendió a los fariseos por exhibir
una hipocresía similar. Muchos de ellos se enorgullecían al demostrar en
público su espiritualidad. Sin embargo, en su interior, eran culpables de
muchos pecados secretos. Por esta razón, Jesús los comparó con «sepulcros
blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro
están llenos […] de toda inmundicia» (Mateo 23:27).
Somos tentados a cultivar una imagen falsa
para que la vean los demás, pero Dios conoce nuestro corazón (1 Samuel 16:7;
Proverbios 15:3). Mediante la confesión y con el corazón abierto y en oración
ante la Palabra de Dios y la obra del Espíritu, podemos experimentar una bondad
interior que se reflejará en obras piadosas. Deja que el Señor te transforme de
adentro hacia fuera (2 Corintios 3:17-18).
Solamente Dios puede
transformarnos. (RBC)