Después que Jesús hizo un milagro de
alimentar a 5.000 personas con cinco panes y dos pececillos (Juan 6:1-13), la
multitud lo siguió porque quería más comida (vv. 24-26). El Señor les dijo que
no trabajaran por el alimento físico, que se corrompe, sino por «la comida que
a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará […]. Yo soy el pan
de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá
sed jamás» (vv. 27, 35).
Como seguidores de Jesús, debemos ayudar a
los que carecen de una adecuada nutrición física. Y a todos, podemos
compartirles la buena noticia de que nuestra hambre de paz interior, de perdón
y de esperanza puede satisfacerse al conocer a Cristo como Salvador y Señor.
Jesucristo, el pan de vida, nos invita a
acudir a Él a su festín del alma e insiste en que comamos hasta que quedemos
llenos.
En cada corazón, hay
un vacío que solo Dios puede satisfacer. (RBC)