En el Salmo 40, David declara: «Pacientemente
esperé al Señor». El lenguaje original aquí sugiere que él «esperaba, esperaba
y esperaba» que Dios respondiera su oración. No obstante, al mirar atrás y
considerar ese tiempo de demora, alaba al Señor y expresa que Dios «puso […] un
cántico nuevo, un canto de alabanza» en su corazón (40:3).
«¡Qué capítulo puede escribirse sobre las
demoras de Dios! —escribió F. B. Meyer—. Es el misterio de educar al espíritu
humano para que aplique la cualidad más sobresaliente de la que es capaz».
Mediante la disciplina de la espera, podemos desarrollar las virtudes más
serenas: sumisión, humildad, paciencia, perseverancia gozosa, constancia en
hacer el bien… virtudes que exigen la mayor cantidad de tiempo para
aprenderlas.
¿Qué hacemos cuando parece que Dios no nos
concede el deseo de nuestro corazón? El Señor puede ayudarnos a amarlo y a
confiar en Él lo suficiente como para aceptar con gozo las demoras,
considerarlas una oportunidad para desarrollar estas virtudes… y alabarlo.
Esperar a Dios no es
perder el tiempo. (RBC)