En el mundo, hay muchas ciudades con
monumentos en honor a algún ciudadano ilustre, pero algunas se caracterizan por
tener estatuas singulares. Una de ellas, honra a un escarabajo. A principios
del siglo xx, este gorgojo encapsulado migró de México al sur de los Estados Unidos.
Años después, había destruido plantaciones enteras de algodón, la principal
fuente de ingresos. Desesperados, los granjeros comenzaron a plantar otras
semillas: las nueces. Al darse cuenta de que habían dependido de un solo grano
durante tanto tiempo, reconocieron que les debían a los escarabajos el gran
beneficio de haberlos obligado a diversificarse.
El escarabajo se asemeja a cosas que
entran en nuestra vida para destruir aquello que nos esforzamos por conseguir.
El resultado es devastador (en el ámbito financiero, emocional o físico) y
atemorizante. Todos somos testigos de cómo termina la vida. Sin embargo, como
en el caso de aquella ciudad, la pérdida de lo viejo es una oportunidad para
descubrir algo nuevo. Tal vez Dios utilice una dificultad para hacernos dejar
un hábito malo o para que incorporemos en nuestra vida una nueva virtud. Él usó
un aguijón en la carne de Pablo para enseñarle sobre la gracia (2 Corintios
12:7-9).
En lugar de luchar para preservar
antiguos hábitos que ya no benefician, podemos considerar cada dificultad como
una oportunidad para Dios de cultivar en nosotros una nueva virtud.