He acumulado muchas cosas durante toda mi
vida. Tengo cajas con artículos que, en cierto momento, fueron importantes,
pero que ya no me interesan. Sin embargo, como coleccionista porfiado, me he
dado cuenta de que me encanta buscar y adquirir cosas nuevas para agregar al
montón, y me concentro en encontrar otro artículo.
Aunque apilamos muchas cosas que consideramos
importantes, muy pocas son realmente valiosas. Es más, con el tiempo, he
aprendido que lo más precioso en la vida no es lo material, sino las personas
que hemos amado y que forman parte de nuestra existencia. Cuando pienso: No sé
qué haría sin ellos, descubro que son verdaderamente preciosos para mí.
Por eso, cuando Pedro habla de Jesús como «la
principal piedra del ángulo, escogida, preciosa» (1 Pedro 2:6), debería resonar
en nuestro corazón que Él es ciertamente precioso; nuestro tesoro valorado por
encima de todo y de todos. ¿Dónde estaríamos hoy sin la compañía fiel y
constante de su presencia, su guía sabia y perfecta, su paciencia
misericordiosa, su consuelo y su reprensión transformadora? ¿Qué haríamos sin
Él? ¡Ni siquiera puedo imaginarlo!