En todos los años que
he trabajado con personas, todavía no he conocido a nadie que se haya arruinado
la vida por obedecer los mandamientos de Dios. Sin embargo, en una época en que
la libertad personal se estima un derecho inalienable, hablar de conformar
nuestro estilo de vida a los caminos divinos suele considerarse una invasión de
la privacidad. Y a cualquiera que hable a favor de los límites que Dios
establece, se lo excluye. Pero en este frenesí por ser libres, deberíamos tener
presente que nuestra sociedad se caracteriza cada vez más por un agobiante
sentimiento de desesperación y de falta de significado.
El pueblo de Dios
debe tener una perspectiva completamente diferente de los límites. Como el
salmista, tenemos que tomar conciencia de que una vida bendecida es el
resultado de deleitarse en la ley del Señor (Salmo 1:2); no de vivir como
aquellos que «[andan] en consejo de malos, [y están] en camino de pecadores»
(v. 1). El cristiano reconoce que los límites divinos no buscan quitarle
dinamismo a la vida, sino que son cercos levantados según la sabiduría de Dios
para ayudarnos a evitar la trampa y los problemas de una vida insensata.
La próxima vez que
seas tentado a traspasar los límites divinos, recuerda el propósito amoroso del
Señor al levantar vallados. Decide bendecir a Dios por esos límites y por la
bendición que son para ti.