Un helado día invernal, mientras
visitaba el campus de la Universidad Purdue, me crucé con dos jóvenes que
rompían una capa espesa de hielo en la acera de una residencia estudiantil
universitaria. Como pensé que eran estudiantes nuevos a quienes los más
antiguos les habían asignado esa ardua tarea, dije: «No les hablaron de esto
cuando ingresaron, ¿verdad?». Uno de ellos levantó la vista y sonriendo,
señaló: «Bueno, ambos somos alumnos de años superiores. Yo soy el
vicepresidente del centro de estudiantes y mi amigo es el presidente». Les
agradecí por su duro trabajo y seguí mi camino luego de que me recordaran que
la marca de un líder genuino es servir a los demás.
Cuando dos de los discípulos de Jesús
le pidieron un lugar destacado en su reino venidero, el Señor reunió a sus doce
seguidores más cercanos y les declaró: «el que quiera hacerse grande entre
vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero,
será siervo de todos» (Marcos 10:43-44). Si quedaba alguna duda de lo que
quería decir, les recordó que Él no había venido para ser servido, sino para
servir a los demás y para dar su vida para rescatarlos del poder del pecado (v.
45).
La marca de un liderazgo auténtico y
piadoso no es el poder ni el privilegio, sino el servicio con humildad. Dios
nos da la fortaleza para seguir el ejemplo de Jesús y para guiar a los demás en
su camino.
Un líder apto es aquel que ha aprendido a servir. (RBC)