Durante una recesión difícil, organicé
un grupo para ayudar a otros que se habían quedado sin trabajo. Les
proporcionábamos reseñas de currículos, redes de contactos y respaldo en
oración. Pero surgió un problema: cuando alguien conseguía trabajo, casi nunca
volvía al grupo para brindar estímulo. Eso aumentaba el sentimiento de soledad
y aislamiento del resto.
Sin embargo, peores fueron los
comentarios de quienes nunca habían perdido el trabajo, ya que reflejaban las
acusaciones de los amigos de Job ante su sufrimiento: «Si fueres limpio y
recto, ciertamente luego se despertará [Dios] por ti, y [te] hará [prosperar]»
(8:6). En el capítulo 12, Job empieza a expresarse en términos modernos que los
trabajadores pueden entender. Confiesa que se siente despreciado por aquellos
que viven sin problemas (v. 5).
Cuando las cosas nos van bien, tal vez
empezamos a pensar que los que no tenemos problemas somos, en cierto modo,
mejores, o que Dios nos ama más a nosotros que a aquellos que luchan. Olvidamos
que los efectos de este mundo caído no discriminan.
El Señor nos ama a todos, y todos lo
necesitamos… en las buenas y en las malas. El éxito, la abundancia y la
posición social que Dios nos ha dado son herramientas para ayudarnos a alentar
a otros en tiempos de necesidad.