En 2002, después de ganar 314 millones
de dólares en la lotería, el feliz dueño de una empresa manifestó deseos
nobles: empezar una fundación humanitaria, volver a contratar a empleados
despedidos y hacer cosas agradables para su familia. Ya rico, dijo a los
periodistas que este gran premio no lo cambiaría.
Años después, un artículo describió
otra cosa: tras haber ganado el mayor premio existente, se sumió en problemas
legales, perdió su reputación y se jugó todo el dinero que le quedaba.
Un hombre sabio llamado Agur escribió
sobre tal quebrantamiento. Humillado al tomar conciencia de sus inclinaciones
naturales (Proverbios 30:2-3), vio los peligros de tener mucho o poco.
Entonces, oró: «… No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no
sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es el Señor? O que siendo pobre,
hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios» (vv. 8-9).
Agur percibía los desafíos singulares
que implican la riqueza y la pobreza, pero también nuestras inclinaciones
particulares. Todo ello nos motiva a ser cuidadosos y nos muestra que
necesitamos a Aquel que nos enseñó a orar: «El pan nuestro de cada día, dánoslo
hoy».