Hace años, le pregunté a un joven
comprometido para casarse: «¿Cómo sabes que la amas?». Fue una pregunta
tendenciosa, con la intención de ayudarlo a analizar las motivaciones de su
corazón en cuanto al futuro matrimonio. Después de pensar detenidamente durante
unos momentos, respondió: «Sé que la amo porque quiero pasar el resto de mi
vida haciéndola feliz».
Hablamos sobre el significado de sus
palabras y el precio que implicaba esa actitud generosa: procurar
constantemente el bienestar de la otra persona, en vez de colocarse uno en
primer lugar. El amor verdadero tiene mucho que ver con el sacrificio.
Esta idea está en armonía con la
sabiduría de la Biblia. En las Escrituras, hay varias palabras griegas
traducidas «amor», pero la más elevada en su significado es ágape: el amor
definido e impulsado por el sacrificio personal. La expresión más genuina de este
amor la vemos en nuestro Padre celestial, quien nos lo ha mostrado en Cristo.
Para Él, somos sumamente valiosos. Pablo declaró: «Mas Dios muestra su amor
para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros»
(Romanos 5:8).
Si el sacrificio es la verdadera medida
del amor, no puede haber un regalo más precioso que Jesús: «Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).