Hace poco, después de una discusión
durante un almuerzo, decidí investigar sobre el comentario de que, una vez, un
tiburón toro había atacado a alguien en el Lago Michigan. Parecía algo tan
imposible que todos nos burlamos de la idea de que hubiera tiburones en un lago
de agua fría en una zona tan interior del país. Encontré un sitio web que
afirmaba que se había producido un ataque de un tiburón toro en ese lugar en
1955, pero que nunca lo habían comprobado. ¿Un ataque de un tiburón en el Lago
Michigan? Si la historia fuera cierta, sería, sin duda, un hecho extraño.
¿No sería grandioso que las
dificultades en la vida fueran como los ataques de tiburones toro en el Lago
Michigan: extraños o incluso falsos? Pero no es así. Los problemas y los
conflictos son habituales. Lo que sucede es que, cuando ocurren, preferiríamos
que no fuera así.
Quizá por esta razón el apóstol Pedro,
al escribirles a los seguidores de Cristo del siglo i, que atravesaban momentos
difíciles, les dijo: «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha
sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese» (1 Pedro 4:12). Estas
pruebas no son anormales; entonces, una vez que se nos pase la sorpresa,
podemos acudir al Padre, que obra profundamente en nuestro corazón y en nuestra
vida. Su amor nunca falla. Y en nuestro mundo repleto de pruebas, necesitamos
desesperadamente esta clase de amor.