El 4 de diciembre de 2006, un soldado
de 19 años que prestaba servicio en Irak vio que arrojaban una granada desde un
techo. Apostando la ametralladora en la torrecilla de su Humvee, trató de
desviar el explosivo… pero cayó dentro del vehículo. Tenía tiempo para saltar y
salvar su vida, pero, en cambio, se arrojó sobre la granada, en un acto de
asombroso altruismo que les salvó la vida a cuatro soldados compañeros de él.
Esta acción casi inexplicable de
sacrificio personal puede ayudarnos a entender por qué la Biblia nos dice que
hay una clase de amor que es más honroso que tener mucho conocimiento y una
gran fe (1 Corintios 13:1-3).
Esta clase de amor puede ser difícil de
encontrar. Esto hacía que el apóstol Pablo se lamentara de que hubiese personas
que se preocupaban más de sí mismas que de los intereses de Cristo (Filipenses
2:20-21). Por esta razón, daba tantas gracias por Epafrodito, un colaborador
que «estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida» para servir a los demás
(v. 30).
Si creemos que nunca seríamos capaces
de arriesgar nuestra vida para beneficio de otras personas, el ejemplo
solidario de Epafrodito nos muestra cuál es el primer paso. Esta clase de amor
no es normal ni común, y tampoco surge de nosotros, sino que procede del
Espíritu de Dios que nos da el deseo y la capacidad de sentir por los demás un
poco del afecto indecible que Dios tiene hacia nosotros.