Mozart es considerado un genio de la
composición musical. En una ocasión, aun el canto de un ave lo inspiró. Tenía
de mascota un estornino cuyo canto le fascinaba tanto que, según dicen algunos,
escribió una pieza musical basada en la melodía que escuchaba en su gorjeo.
Los pájaros también inspiraban al salmista.
En el Salmo 104, el escritor alaba a Dios por las criaturas vivientes que puso
en la tierra. Entre las cosas que observaba, estaban las aves que volaban en
las alturas de los cielos, que se asentaban sobre ramas de árboles y que
cantaban melodías que brotaban de corazones gozosos: «A sus orillas habitan las
aves de los cielos; cantan entre las ramas» (v. 12). La naturaleza llenaba el
corazón del salmista de alabanza a Dios, y yo creo que incluía los sonidos
musicales de los pájaros.
A menudo, las maravillas que vemos en la
creación nos impulsan a adorar. Este tema se repite a lo largo de toda la
Escritura: «Los cielos cuenta la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la
obra de sus manos» (Salmo 19:1). El estímulo de la creación para la alabanza no
necesita limitarse a lo visual, sino que también puede incluir el escuchar los
cánticos de la naturaleza. Mientras desandamos nuestra rutina diaria, podemos
sintonizar nuestro corazón con las melodías que Dios ha colocado en Sus
criaturas y permitir que actúen como una plataforma adicional para alabar al
Creador.
La naturaleza toda es
una grandiosa sinfonía dirigida por el Creador. (RBC)