Cerca de casa, las autoridades colocaron una
cámara para fotografiar a los conductores que no respetan los semáforos. Los
infractores reciben por correo una multa con una «fotografía de luz roja», la
prueba visual de la infracción de tránsito.
A veces, pienso que Dios se parece un poco a
esa cámara, como si estuviera siempre atento y esperando atraparnos en algún
error. Si bien Él ve nuestro pecado (Hebreos 4:13), también observa y se ocupa
de nuestras buenas obras. Su vigilancia sobrenatural percibe cuánto nos
sacrificamos al dar dinero a la iglesia y a los necesitados (Marcos 12:41-44).
Él oye nuestras oraciones secretas (Mateo 6:6), y cuando ayunamos, podemos
seguir con nuestra vida como de costumbre, sabiendo que nuestro «Padre […] ve
en lo secreto…» (v. 18).
Saber que Dios ve todo nos libera de la carga
de pensar en las miradas atentas de los demás. Cuando hacemos lo correcto, no
necesitamos que nos aplaudan; cuando pecamos, no debemos preocuparnos por
nuestra reputación después de haber arreglado las cosas con Dios y con aquellos
a quienes lastimamos. Podemos descansar tranquilos al saber que «… los ojos del
Señor contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que
tienen corazón perfecto para con él…» (2 Crónicas 16:9).
Los demás ven lo que
hacemos, pero Dios ve lo que nos motiva. (RBC)