A lo largo de la historia, la presencia de
agua ha sido tanto vivificadora como estratégica. Ya sea que una persona viva
en un clima seco o en un bosque tropical, el agua es una necesidad
innegociable. En una región seca y árida, saber dónde encontrar el lugar del
agua puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Nuestra vida espiritual también tiene ciertos
elementos innegociables. Por eso, al encontrarse con una mujer espiritualmente
sedienta junto a un pozo, Jesús le declaró que Él era el único que podía
proveerle agua viva: «el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte
para vida eterna» (Juan 4:14).
Tal como el ciervo del Salmo 42:1-2, que
brama en busca de agua, nuestra alma tiene sed de Dios y anhela tener comunión
con Él (Salmo 63:1). Necesitamos desesperadamente la provisión que viene
solamente de Jesucristo. Él es la fuente de agua viva que renueva nuestro
corazón.
Jesús es la fuente de
agua viva. (RBC)