Cuando una mujer culpable fue llevada ante
Jesús y se expuso su inmoralidad, la multitud hizo algo más que observar; pidió
que fuera condenada. Sin embargo, Jesús mostró misericordia. El único con
derecho a juzgar el pecado respondió mostrando compasión ante el fracaso de esa
mujer. Después de despedir a los acusadores, «Jesús le dijo: Ni yo te condeno;
vete, y no peques más» (Juan 8:11). La compasión del Señor nos trae a la mente
su gracia perdonadora, y la orden que le dio a aquella mujer enfatiza su gran
deseo de que vivamos disfrutando de esa gracia. Ambos elementos muestran la
profundidad del interés de Cristo por nosotros cuando tropezamos y caemos.
Aun en los momentos de fracaso más
embarazosos, podemos clamar a Él y descubrir que su gracia es verdaderamente
asombrosa.
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Dios es el único que
puede suplir la gracia que necesitamos para enfrentar cada prueba. (RBC)
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