Como sabía que nuestras familias sufrían
porque trabajábamos muchas horas, me pregunté en voz alta: «¿Cuántas veces
nuestros hijos nos buscaron entre la multitud en una actividad escolar,
esperando vernos? ¿Enfrentan problemas solos porque estamos ocupados o ausentes?
Nuestros familiares y amigos necesitan profundamente que nos ocupemos
personalmente de ellos. Incluso Jesús les pidió a sus discípulos que velaran y
oraran con Él» (ver vv. 40-45).
No es fácil lograr un equilibrio entre las
demandas de la vida y las necesidades de aquellos a quienes amamos y servimos,
pero dejar de hacerlo es como traicionarlos emocionalmente. Al pensar en los
discípulos que decepcionaron a Jesús en el huerto, sería bueno considerar cómo
podemos hoy demostrarles a nuestros seres queridos que nos interesamos por
ellos y por sus aspiraciones. Señor, ayúdanos a amar bien a los demás.
Nuestro amor a Dios
se mide por la sensibilidad ante las necesidades de los demás. (RBC)