Enrique era
consciente de que luchaba contra una adicción. Sus amigos y familiares lo
animaban para que la abandonara, y él estaba de acuerdo en que era lo mejor
para su salud y sus relaciones interpersonales, pero no podía. Cuando otros le
contaban cómo habían dejado sus malos hábitos, contestaba: «Me alegro por ti,
pero ¡yo no puedo! Ojalá nunca hubiera caído en la tentación. Quiero que Dios
me quite ya mismo las ganas de seguir cayendo en esto».
En algunos, puede
producirse una liberación inmediata, pero la mayoría enfrenta una lucha diaria.
Aunque no siempre entendemos por qué la tentación no se va enseguida, podemos
recurrir al Señor desde cualquier situación que enfrentemos. Es más, quizá esta
sea la parte más importante de nuestra lucha: aprender a dejar nuestros
esfuerzos inútiles, para depender completamente de Dios.
Jesús también fue
tentado; por eso, entiende lo que sentimos (Marcos 1:13) y se compadece de
nuestras luchas (Hebreos 4:15). Entonces, podemos acercarnos
«confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar
gracia para el oportuno socorro» (v. 16). Dios también utiliza a otras
personas, incluso a profesionales capacitados, en quienes podemos apoyarnos
durante la recuperación.