En esta era de comunicaciones
inmediatas, ¡cuánta vergüenza nos ahorrarían tan solo 24 minutos de sabio
domino propio! En su epístola, Santiago trata un tema universal de la historia
humana al escribir sobre el daño que puede producir una lengua descontrolada:
«ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado,
llena de veneno mortal» (3:8).
Cuando chismeamos o hablamos enojados,
no estamos dentro de los parámetros que Dios desea. Nuestra lengua, nuestro
bolígrafo e incluso nuestro teclado deberían permanecer con más frecuencia en
silencio, y nuestro corazón seguir agradecido por el dominio propio que Dios
provee. Muy a menudo, cuando hablamos, les recordamos a los demás cuán caídos
estamos los seres humanos.
Si queremos sorprender a los demás con
la diferencia que hace Cristo, solo tenemos que controlar la lengua. Sin duda,
los demás se darán cuenta cuando honremos a Dios con lo que decimos… o dejamos
de decir.
El que guarda su boca y su lengua su
alma guarda de angustias. Proverbios 21:23 (RBC)