La vida de Dietrich Bonhoeffer corría
peligro cada día que permanecía en la Alemania de Hitler, pero, de todos modos,
se quedó. Supongo que, al igual que el apóstol Pablo, anhelaba estar en el
cielo, pero sabía que seguir donde estaba era el propósito de Dios en ese
momento (Filipenses 1:21). Por eso, no se fue, y como pastor, lideró reuniones
subterráneas y se opuso al régimen perverso de Hitler.
A pesar del peligro diario, Bonhoeffer
escribió Vida comunitaria, un libro sobre el ministerio de la hospitalidad.
Puso a prueba sus principios mientras vivió y trabajó en un monasterio, y
cuando estuvo preso. Pensaba que toda comida, tarea y conversación eran una
oportunidad de mostrar a Cristo a los demás, aun bajo una gran tensión o
estrés.
En Deuteronomio, leemos que así como
Dios se ocupó de los israelitas que dejaban Egipto, les ordenó que lo imitaran
amando y hospedando a los extranjeros y a las viudas (10:18-19; Éxodo
22:21-22). Nosotros también somos receptores del amor de Dios y su Espíritu nos
da poder para que lo sirvamos ministrando a otros de innumerables maneras,
todos los días, mediante palabras y acciones bondadosas.
En nuestro diario andar, ¿hay alguien
que parezca solitario o perdido? Podemos confiar en que el Señor nos capacitará
para transmitirle esperanza y compasión mientras vivimos y trabajamos juntos
para Él.