En el transcurso de la historia, gran
cantidad de lugares en el mundo han sido sacudidos por tormentas tremendas y
huracanes que dejaron como secuelas inundaciones masivas y destrucción. Muchas
personas también se ven afectadas por los cortes de electricidad que generan
falta de alimentos, combustible y agua. Los vientos rugientes y el agua
descontrolada dejan vecindarios enteros cubiertos de lodo y arena, y los
titulares sobre la catástrofe suelen anunciar: «Millones de personas sin
suministro de energía».
Tal como una tormenta de la naturaleza,
una tragedia personal puede dejarnos en un estado emocional de oscuridad y sin
energías. En tales ocasiones, la Palabra de Dios nos reafirma la ayuda del
Señor: «Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene
ningunas» (Isaías 40:29).
En nuestros momentos de mayor
debilidad, despojados de recursos emocionales, podemos colocar nuestra
esperanza en el Señor y encontrar fortaleza en Él, ya que nos promete para cada
nuevo día: «… los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas
como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán» (v.
31).
Dios es nuestra fuente de energía
espiritual en todas las tormentas de la vida.