Muchas religiones adoptan el concepto
de la Regla de oro: tratar a los demás como te gustaría que te traten.
Entonces, ¿qué hace tan excepcional la versión de Jesús sobre este asunto?
Su singularidad yace en una sola frase:
«Así que», la cual apunta a la generosidad de nuestro Padre celestial. Jesús
declaró: «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los
que le pidan? Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con
vosotros, así también haced vosotros con ellos…» (Mateo 7:11-12, cursiva agregada).
Nadie alcanza a cumplir lo que debe:
amar a los demás como Dios nos ama. Con amor perfecto, Jesús puso en práctica
esta ética admirable al vivir y morir por todos nuestros pecados.
Tenemos un Padre dadivoso y amante que
dejó de lado sus intereses para revelar la medida perfecta de su amor a través
de su Hijo Jesús. La generosidad de Dios es la dinámica por la cual tratamos a
los demás como nos gustaría ser tratados. Amamos y damos a los demás porque Él
nos amó primero (1 Juan 4:19).
Nuestro Padre celestial nos pide que
vivamos a la altura de sus mandamientos, pero también nos da su poder y amor
para que lo llevemos a cabo. Solo necesitamos pedírselo.