Muchos han calificado la Primera Guerra
Mundial como uno de los conflictos más letales de la historia humana. Millones
perdieron la vida en ese primer enfrentamiento bélico global de la era
moderna. El 11 de noviembre de 1918, se declaró un cese de hostilidades; a las
once horas del día undécimo del undécimo mes. Durante ese histórico momento,
millones de personas en el mundo entero guardaron unos instantes de silencio
mientras reflexionaban sobre el costo terrible de la guerra: la pérdida de
vidas y el sufrimiento. Se esperaba que «la Gran Guerra», como se la
denominaba, pusiera fin a todas las demás.
A pesar de los numerosos conflictos
militares devastadores que le han seguido, no ha disminuido la esperanza de
lograr una paz duradera. Y la Biblia brinda una promesa esperanzadora y
realista de que, un día, las guerras finalmente se acabarán. Cuando Cristo
vuelva, la profecía de Isaías se hará realidad: «… no alzará espada nación
contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra» (Isaías 2:4). En ese
momento, la hora undécima pasará y comenzará la primera hora de paz permanente
en un cielo nuevo y tierra nueva.
Hasta que llegue ese día, aquellos que
siguen a Cristo deben ser representantes del Príncipe de Paz mediante su manera
de vivir y en la diferencia que marcan en nuestro mundo.