Una de las consecuencias irónicas del
arrollador crecimiento de los medios de comunicación social es que, a menudo,
nos aislamos cada vez más. Un artículo de Internet advierte: «Los que se oponen
a llevar una vida primordial o exclusivamente en Internet sostienen que los
amigos virtuales no sustituyen en forma adecuada a los de la vida real, y que
[…] los individuos que reemplazan con amigos virtuales los de carne y hueso se
vuelven aun más solitarios y depresivos que antes».
Dejando la tecnología de lado, todos
enfrentamos temporadas de soledad en las que nos preguntamos si alguien sabrá o
entenderá qué cargas soportamos o qué luchas tenemos, y si le interesará. No
obstante, los seguidores de Cristo tenemos una certeza que brinda consuelo a
nuestro corazón abatido: la presencia consoladora del Salvador. El salmista
David plasmó esta promesa con palabras indiscutibles: «Aunque ande en valle de
sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu
cayado me infundirán aliento» (Salmo 23:4).
Ya sea que estemos aislados por
decisión propia, por las tendencias culturales que nos rodean o por pérdidas
dolorosas en la vida, los que conocemos a Cristo como Salvador podemos
descansar en la presencia del Pastor de nuestro corazón. ¡Oh, qué amigo nos es
Cristo!