Después de las tragedias, surgen
preguntas. La pérdida de un ser amado puede llevarnos a hacerle a Dios varias preguntas punzantes: «¿Por qué permitiste que sucediera esto?,
¿quién tuvo la culpa?, ¿no te importa que sufra?». Créeme, como los padres dolidos de adolescentes que murieron de manera trágica, ellos cuestionan exactamente todo
esto.
El libro de Job registra las preguntas
que este patriarca hizo mientras estaba sentado junto a sus amigos,
lamentándose por su sufrimiento. Había perdido su familia, su salud y sus
posesiones. En un momento, dice: «¿Por qué se da luz al trabajado, y vida a los
de ánimo amargado…?» (3:20). Luego, agrega: «¿Cuál es mi fuerza para esperar
aún?» (6:11), y «¿te parece bien que oprimas…?» (10:3).
Muchos se han enfrentado muy temprano con una lápida y formulado preguntas
similares.
Pero, cuando sigues leyendo hasta el
final del libro, te sorprendes. Cuando Dios le responde a Job (caps. 38–41), lo
hace de una manera inesperada. Invierte las cosas y le hace preguntas
al patriarca… preguntas diferentes que muestran su sabiduría y soberanía.
Preguntas sobre su magnífica creación: la Tierra, las estrellas y el mar. Y
todas ellas confluyen hacia un tema: Dios es soberano, Dios es omnipotente,
Dios es amor y Dios sabe lo que hace.