Las personas que viven en Cherrapunji,
en la India, han desarrollado una forma singular para cruzar los numerosos ríos
y corrientes de su tierra: hacen crecer puentes con las raíces de árboles
gomeros. A estos «árboles vivientes» les lleva de diez a quince años madurar,
pero, una vez que se forman, son sumamente estables y duran cientos de años.
La Biblia compara a la persona que
confía en Dios con «el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la
corriente echará sus raíces» (Jeremías 17:8). Como sus raíces están bien
alimentadas, este árbol soporta temperaturas extremas y, durante las sequías,
sigue dando fruto.
Como un árbol sólidamente arraigado,
las personas que dependen de Dios tienen una sensación de equilibrio y
vitalidad a pesar de atravesar las peores circunstancias. Por el contrario,
aquellos que ponen su confianza en otros seres humanos suelen vivir con una
sensación de inestabilidad. La Biblia los compara con arbustos del desierto
que, con frecuencia, están desnutridos y solos (v. 6). Lo mismo sucede con la
vida espiritual de las personas que abandonan a Dios.
¿Dónde están nuestras raíces? ¿Estamos
arraigados en Jesús? (Colosenses 2:7). ¿Somos un puente que guía a otros hacia
Él? Si conocemos a Cristo, podemos dar testimonio de esta verdad: Bienaventurados
son aquellos que confían en el Señor (Jeremías 17:7).