Hace poco, un amigo de mi juventud me
mandó una foto de nuestro equipo de atletismo de la escuela secundaria. La
difusa foto en blanco y negro mostraba un grupo vagamente conocido de jóvenes,
con nuestros dos entrenadores. De inmediato, retrocedí en el tiempo al evocar
aquellos momentos felices cuando participaba en carreras de 800 y 1.600 metros.
Sin embargo, aunque me encantó recordar aquellos días, también pensé en la
facilidad con que los había olvidado y me había ocupado de otras cosas.
A medida que avanzamos en la vida, es
fácil olvidarse de lugares, personas y acontecimientos que fueron importantes
para nosotros. El tiempo pasa, los ayeres se desvanecen y nos obsesionamos con
las preocupaciones del momento. Cuando esto sucede, también podemos olvidar lo
bueno que Dios ha sido con nosotros. Quizá por eso, David recordó esto al
escribir: «Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios» (Salmo
103:1-2).
Los momentos en que es más necesario
recordar estas cosas son aquellos en los cuales las dificultades de la vida nos
inundan. Cuando nos sentimos abrumados y olvidados, es importante recordar todo
lo que el Señor ha hecho a nuestro favor. En esos recuerdos, encontramos el
estímulo necesario para confiar en Él, hoy y en el futuro.