Fue un triste día de mayo del 2003,
cuando «El viejo de la montaña» se desprendió y se deslizó por la ladera. Este
perfil de 12 metros del rostro de un anciano, esculpido por la naturaleza en
una cadena montañosa de Estados Unidos, había sido durante mucho tiempo una
atracción para los turistas, una presencia sólida para los habitantes del lugar
y el emblema oficial del lugar donde se encontraba. Nathaniel Hawthorne se
refirió a ese sitio en su cuento titulado El gran rostro de piedra.
Algunos residentes de los alrededores
quedaron devastados cuando se desmoronó. Una mujer declaró: «Crecí pensando que
alguien me cuidaba. Ahora me siento más desprotegida».
A veces, una presencia confiable
desaparece. Algo o alguien de lo cual hemos dependido no está más, y nuestra
vida se estremece. Tal vez sea la pérdida de un ser querido, de un trabajo o de
la salud. Esa pérdida nos hace sentir inestables. Incluso, es probable que
pensemos que Dios ya no está cuidándonos.
Sin embargo, «los ojos del Señor están
sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos» (Salmo 34:15);
«cercano está el Señor a los quebrantados de corazón» (v. 18). Él es la Roca de
cuya presencia podemos depender siempre (Deuteronomio 32:4).
La presencia de Dios es real. Él está
cuidándonos permanentemente. Es una roca sólida.
La pregunta no es dónde está Dios, sino dónde no está. (RBC)