Cuando entraba en una iglesia de Klang,
en Malasia, me intrigó un cartel de bienvenida, que nombraba al edificio: «Un
santuario para los trabajados y cargados».
Pocas cosas reflejan mejor lo que
Cristo quiere que sea su iglesia: un lugar donde las cargas se aligeren y los
cansados encuentren reposo. Esto fue vital en el ministerio de Jesús, ya que
declaró: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar» (Mateo 11:28).
Jesucristo prometió tomar nuestras
cargas pesadas y cambiarlas por la suya, que es liviana: «Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga»
(vv. 29-30).
Esta promesa está respaldada por la gran
fortaleza del Señor. Independientemente de las cargas que llevemos, en Cristo
hallamos los hombros poderosos del Hijo de Dios, quien promete intercambiar
nuestros pesos agobiantes por su carga liviana.
Cristo, quien nos ama con amor eterno,
comprende nuestras luchas, y podemos confiar en que nos proporcionará el
descanso que nunca seremos capaces de encontrar sin ayuda. Su poder es
suficiente para suplir nuestra debilidad, y esto convierte al Señor en nuestro
«santuario para los trabajados y cargados».